Lo dijo al contar por qué le pidió una pistola prestada, de manera insistente; en su primera aparición pública, relató que el fiscal le había dicho que no iba a usar el arma; se mostró visiblemente afectado por la muerte de su jefe.
Diego Lagomarsino se recluyó durante una hora con su abogado para afinar los detalles de su primera declaración pública tras la muerte de Alberto Nisman. El objetivo de su abogado, el penalista Maximiliano Rusconi, era que diera la cara para que todos lo vean como «un chico normal». El técnico en informática y dueño de la pistola Bersa calibre 22 que le causó la muerte al fiscal, rompió el silencio con tres palabras: «No estoy bien». Aturdido por la prensa, nervioso, dio su versión sobre qué ocurrió antes de que el fiscal fuera hallado con un tiro en la sien. «Me dijo que no iba a usar el arma», aseguró.
Su conferencia de prensa no estuvo despegada del curso de la investigación. Rusconi convocó a los medios, pero la fiscal Viviana Fein intentó frenarlo para mantener la reserva del caso. El abogado entonces cambió de planes: su defendido no contestó preguntas y sólo hizo una crónica de lo que vivió el sábado 17 de enero, cuando ingresó dos veces al departamento del edificio Le Parc, un día antes de la muerte del fiscal.
El estudio jurídico de la avenida Córdoba al 800 fue desbordado por decenas de camarógrafos, fotógrafos y periodistas que empujaban para acomodarse en la pequeña habitación de no más de 15 metros cuadrados. Tres custodios de incógnito, que siguen de cerca a Lagomarsino, se mezclaron con la gente.
Apenas pasadas las 15 se presentó Lagomarsino, muy menudo, ojeroso y con los labios apretados. Vestía camisa celeste a rayas y un pantalón beige. Se sentó al escritorio donde lo esperaba un interminable abanico de micrófonos y grabadores.
El barullo que inundaba la sala quedó en suspenso cuando Lagomarsino inició su relato: «Resulta que estoy el sábado en mi casa y me aparece una llamada privada en mi teléfono a las 16.25. Era Alberto Nisman diciéndome si podía ir. No era infrecuente que me pidiera eso. Llegué a Puerto Madero en 20 minutos», dijo sobre su primera visita.
El colaborador en asuntos informáticos de Nisman -tanto en la UFI AMIA como en su casa- se enfrentó a la prensa con una buena noticia: la fiscal Fein había dicho minutos antes que no hay elementos para comprometerlo por «un hecho doloso de mayor gravedad». Es decir, no lo iba a acusar de homicidio, sino que sólo está imputado por suministrar un arma a alguien que no tenía credencial de legítimo usuario al día. El martes último, el joven había sido apuntado por la presidenta Cristina Kirchner como sospechoso de la muerte del fiscal.
La tensión era palpable, pero a pesar de los nervios el especialista en informática no titubeó. Durante cinco minutos detalló con una voz suave su versión cronológica de los hechos. Mencionó horas, abundó en detalles, reveló sus pensamientos y manifestó las sensaciones que tuvo cuando le entregó su Bersa a Nisman. ««¿Tenés un arma?», me preguntó Nisman. Me dejó mal parado, no lo podía creer. Lamentablemente le dije que sí», señaló con un gesto de arrepentimiento. Aseguró que trató de disuadir a su jefe, pero que Nisman le manifestó temor por sus hijas. «No confío ni siquiera en la custodia», le habría dicho el fiscal.
Lagomarsino sólo interrumpió su relato una vez para tomar agua y para respirar profundo. Explicó cómo volvió de Puerto Madero a su casa y lo mal que lo vio su esposa cuando lo encontró tras el encargo de Nisman. «Esperé a que mi mujer y mis hijas se fueran de la casa y agarré las partes del arma, que no tenía a mano. También la cédula roja de portación», continuó.
Al relatar su segunda visita al departamento de Nisman, Lagomarsino aseguró que subió en el ascensor con un custodio, que retiró un sobre de papel madera. «Yo estaba muy nervioso. Le pedí a Nisman un café. Me dio una cápsula y me dijo que me lo preparara yo», detalló.
Lagomarsino aseguró no ser experto en armas, pero dijo que le dio a Nisman las instrucciones que conocía. «Igual, no te preocupes porque no la voy a usar», lo habría tranquilizado el fiscal. El técnico en informática señaló que quiso dejarle a su superior la «cédula roja» de la Bersa, que según su testimonio era una vieja herencia familiar y que «no funcionaba bien». «Nisman me dijo que tenía portación porque era fiscal», manifestó.
Lagomarsino sostuvo que abandonó el edificio de Le Parc junto con otras cinco personas, que bajaron con él por el ascensor principal. Ese dato y el paso por el peaje de la autopista de regreso a su casa serán su coartada para demostrar la hora de su salida del departamento de Nisman, que fue registrado por las cámaras de seguridad recién a las 0.45 del domingo 19 de enero, lo que puede deberse a un problema técnico en el equipo de filmación.
Al terminar su relato, el abogado defensor contestó preguntas. En ese ida y vuelta, Lagomarsino se quedó callado con la mirada perdida o cerrando los párpados por largos segundos. Rusconi aseguró a LA NACION que no cree que la fiscal Fein indague a su defendido en lo inmediato. El penalista conoce que la declaración testimonial que brindó su cliente lo perjudicó: quedó imputado por un delito castigado con pena de uno a seis años de cárcel.
La estrategia de la defensa se sostendrá sobre dos pilares. Por un lado, argumentarán que Lagomarsino no conocía las implicancias de prestar su arma. Por el otro, aludirán al estado de «amenaza visible» en el que estaba sumido el fiscal Nisman, lo que podría actuar como causal de justificación para su transgresión.
Cuando concluyó, Lagomarsino se escondió en una oficina. Esperó allí tres horas. Abajo, lo esperaban otros dos custodios para trasladarlo a su casa. Es parte de un nuevo ritual en su vida, que nunca será igual desde la muerte de su «jefe», Alberto Nisman.