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BAROVERO: Se ganó el cielo

Por La Redacción

Los hombres también lloran. Llora Barovero. Llora Gallardo. Llora el Monumental. Y dice que a este flaco no se lo va a olvidar nunca.

 


A los noventa minutos de un partido contra Gimnasia que sólo se recordará por él, el tipo relojeó el banco de suplentes: Marcelo Gallardo le tenía preparado un regalo de despedida, de esos regalos que no se compran con credit card, que no tienen fecha de vencimiento. Marcelo Gallardo le hizo un regalo infinito a Barovero, ése que en algún momento Cappa no le hizo a él. El Chelo salió y todo el estadio se rompió las manos, como él se las rompió por ellos tapando tiros imposibles durante cuatro años: otro regalo impagable, el de Barovero a River. El de Barovero al propio Muñeco, que quedó abreviado en sus últimos guantes. Y aunque él entre lágrimas diga que haber defendido el arco más grande del mundo es lo mejor que le pasó y que le pasará jamás, River podría decir algo parecido sobre él. Y es que Trapito es el arquero que más títulos internacionales ganó e hizo ganar en la historia del club.

Y es que, además, el tiempo lo ubicará por defecto en el cenáculo de las glorias riverplatenses, un salón de la fama intocable, una madriguera tapizada en oro y laureles y plaquetas y trofeos. Porque como tu abuelo te contó del gran Amadeo y tu viejo de Fillol, vos vas a hablarles a tus hijos y a tus nietos de Trapito. De ese arquero que marcó una era, de ese tipo tan sencillo que cambió la historia moderna de los superclásicos en una milésima de segundo y festejó con un índice arriba, calladito, perfil bajo. Ahora cae en que ese penal al pobre Gigliotti “quedó inmortalizado y marcó un antes y un después”. A las próximas generaciones les vas a explicar cómo ese flaquito desgarbado, ese muchacho ojos de papel, en realidad era Hulk y no sólo por su buzo verde. Les vas a explicar cómo fue posible que durante un buen tiempo los hinchas de River vistieron de color pasto. Que un día en el Monumental se vendIeron hasta gorras con nombre de arquero.

Y todos sus compañeros, los que ayer terminaron revoleándolo por los aires, hablarán de un flaco que era mejor persona que arquero, con lo buen arquero que era. De un capitán que, como dijo ayer el Muñeco, marcó el camino a una de las etapas más gloriosas de la vida de River, y vaya si River Plate ha tenido una vida gloriosa. “Ni en sueños pensé vivir esto. Es inolvidable. Siento más felicidad que nostalgia. Se cumplió todo. Le agradezco al pueblo riverplatense, al cuerpo técnico, a mis compañeros y a mi familia: no es fácil estar acá. Yo estuve tocado por la varita mágica”, termina por decir antes de irse volando. Ya se ganó el cielo.

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