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A la gente le gustaba: así fue la quinta noche de Cosquín 2014 con Raly Barrionuevo

Por La Redacción

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Pasaron muchas cosas en la quinta noche del Festival nacional de Folklore. La del miércoles, la que que tuvo a Raly Barrionuevo como punta de una ristra que terminaría de ensartar sus 35 elementos cerca de las ocho de la mañana.

La actuación de Raly resultó breve pero contundente y tuvo esa mezcla de compromiso social y variedad sonora que caracteriza al friense de Unquillo. Raly comenzó solito con su guitarra, para una zamba del Chango Rodríguez y tuvo como invitados primero a Ramiro González y José Luis Aguirre y después a La Cruza, de Villa el Libertador, una banda de esas que no canta por cantar, que antes de acomodarse los instrumentos acomodaron una remera a modo de bandera que decía “Fuera Monsanto de Malvinas”.

Un buen comienzo. Enseguida, Gustavo Chazarreta demostró ser un cantor con ideas claras y estilo definido y Facundo Toro hizo lo que sabe hacer para encantar.

La noche estaba hermosa y la plaza, ocupada en más del 80 por ciento, predisponía de la mejor manera a entrar en asuntos festivaleros. Temprano llegó lo que para muchos quedará entre los momentos más tocantes de esta edición del festival: la actuación de Los Manseros Santiagueños. Acaso porque el conjunto creado hace más de medio siglo por Onofre Paz y Leocadio del Carmen Torres es la última muestra de una edad dorada de nuestra música, el afecto del público hacia Los manseros es incondicional. “Manseros, manseros” bajaba el grito de la tribuna y retumbaba en las plateas. Al final de una actuación aplaudidísima, Onofre Paz se quebró en llanto, antes de recibir el poncho coscoíno y más aplausos de una plaza conmovida. Un dato: Los manseros nunca recibieron el premio Consagración.

La noche tomaba color santiagueño con Coco Gómez y sus chacareras del monte, tocadas con acordeón; con los siempre queribles y emocionantes Coplanacu y con Carabajalazo, la última versión de la Familia Carabajal reunida, en esta ocasión con Cuti y Roberto y Los carabajal, que volverían solos con el andar de la noche, y Graciela.

En la noche santiagueña, también podía permitirse un homenaje a Eduardo Falú, uno de los grandes músicos argentinos, un artista de esos que evidentemente tenía una altísima consideración y un gran amor por su público, su pueblo, vistas las obras que le dedicó. Un creador que embelleció nuestra cultura y la vida de muchos, con obras imperecederas, de redonda belleza, y una manera de tocar la guitarra que dejará una marca profunda y para siempre en el imaginario de los argentinos.

Juan Falú, junto a Liliana Herrero, Lilián Saba y Marcelo Chiodi, serían los artífices del recuerdo del maestro, que comenzó apenas pasadas las tres de la madrugada. “Esperemos que este modo sobrio de hacer música tenga su lugar en esta plaza”, dijo Juan Falú antes de comenzar y tras la interpretación del primer tema, Tonada del viejo amor, el sonido era tan malo que el guitarrista tomó de nuevo la palabra y con la agudeza que lo caracteriza señaló: “Hay símbolos que tienen que ver con nuestra patria y con nuestra cultura que es necesario saber respetar, como esta guitarra criolla, sin enchufe que nos ha engalanado por todo el mundo”, dijo ante el aplauso de la plaza y agregó: “Por eso merecíamos el tiempo para poder hacer una prueba de sonido antes de actuar, no por nosotros sino por respeto a ustedes y al homenajeado. Hay mucha tecnología acá, entonces hagan sonar bien una guitarra criolla, por favor…”. Más aplausos.

La música siguió con Trago de sombra y la bellísima Milonga del alucinado, pero el sonido no se acomodaba, por lo que mucho de lo excelente que sucedía en el escenario se perdía. Una versión magistral de La cuartelera, en solo de guitarra, preludió la versión de Las golondrinas. Aun si el sonido era pésimo, la emoción era mucha y el aplauso de la plaza brotaba espontáneamente. Todavía quedaba un tema en la lista acordada, cuando el maestro de ceremonias Marcelo Simón irrumpió en la escena para despedir repentinamente a los artistas, mientras con celeridad digna de mejor causa el plato giratorio los depositaba en la parte de atrás del escenario al tiempo que ponía al frente al número siguiente, Flavia Martínez, dejándola como involuntaria e incómoda testigo del griterío que inesperadamente crecía desde las plateas pidiendo el regreso de Falú. Voluntariosos pero con argumentos poco convincentes, los locutores trataban de hacer cumplir la orden del jefe de escenario, pero el reclamo de la plaza crecía.

En resumidas cuentas, los artistas fueron sacados del escenario antes de tiempo y de prepo, mientras la plaza enardecida pedía que vuelvan. No volvieron. Un bochorno, en forma y espíritu. Un acto de intolerancia -o de sordera- que agrega una cuota más de perplejidad a un festival que en su evidente extravío pareciera haber postergado otra vez los códigos de respeto al artista, además de haber renunciado a una idea plural de público. Lo del miércoles fue un retroceso a lo más olvidable de su historia.

Queda la esperanza que después de un episodio como este ya ningún acomodador de programación o capataz de escenario se arrogue el derecho de hablar en nombre de quienes evidentemente no conoce, para decir, a priori, “esto a la gente no le gusta”.

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